URÍAS IBÁÑEZ, SANTOS
Ciento cincuenta salmos nacidos de la vida, desde el agradecimiento y la esperanza, que nos invitan a entrar en el corazón de la gente para descubrir el caudal de gratitud que contienen. Caudal de agradecimiento que nos sana. Nos sana tanto el egoísmo acumulado, de esa funesta manía de comparar y compararnos, de entender la vida como una competición en la que solo vale ser ganadores y en la que es una tragedia ser perdedores, de vivir pendientes y dependientes de las opiniones de los demás hasta la esclavitud. Este libro es medicina contra todo ello. ...encuentros desde la vida y para la vida. SALMOS PARA EL CAMINO El subtítulo de este texto encierra encuentros desde la vida y para la vida. Esa mochila que vamos llenando de rostros, de gestos, de abrazos, de risas y de lágrimas, de conversaciones en la barra de un bar o en el banco de la Iglesia. Mi mochila es abundante y agradecida. Vas a encontrarte con muchas mujeres, alma femenina: las que han sufrido cicatrices por el abuso o la violencia; las que han sido ejemplo de humildad o de ternura; las que engendran una nueva humanidad con su luminosidad y su valor. También hay compañeros, amigos del corazón, con los que sueñas proyectos, con los que no te importa desnudarte y ser tú mismo. Con ellos es fácil el silencio, la complicidad y la oración. Encontraréis Salmos fruto de encuentros esporádicos. A veces la intensidad de un momento deja el rescoldo de un fuego voraz y necesario. Suele ser algo sorprendente y sorpresivo, como una ola que te moja sin que puedas evitarlo y que regresa al mar. Otros retratos son versos circunstanciales: momentos de gracia o de tristeza que mueven a la súplica. Ritmos de música o del arte; superación física o deportiva; catarsis colectivas; relato de enfermedad o de fiesta. Y, como no, la mirada de la debilidad: mis colegas de la droga, de las diferentes adicciones, de las prisiones; los migrantes sin papeles, con un suelo embarrado bajo sus pies, pero con nombre propio; los menores con familias rotas, creciendo en soledad y a la intemperie. Las víctimas de la trata o del comercio de seres humanos, corazones anónimos. Los amigos de la calle que, respiran, incomodan y llaman con la lengua estropajosa a horas imposibles. Rezar con ellos, y desde ellos, es casi una deuda. Estos son los Salmos y este es el camino: el ya recorrido y el que, sin duda, aún nos queda por recorrer.