PEREZ VILLAHOZ, ANTONIO
Familias rotas, afectividades agujereadas, fracaso escolar a espuertas, medios de comunicación que prostituyen la conciencia de inocentes, sociedades deshumanizadas, egoísmos de los poderosos, estructuras de negocio que sólo generan esclavitud sexual y ese aire de superioridad que ridiculiza todo lo relacionado con lo espiritual... Todo ello explica en parte lo que ocurre. Pero no menos cierto es que al otro lado, en la orilla donde se instalan los que quieren acercar las almas a Dios, se encuentran muchas veces las actitudes más farisaicas posibles y los pecados más imperdonables. Y es que estamos muy acostumbrados a escandalizarnos por tanto descreimiento de los jóvenes, a saltar a la yugular de los que pretenden arrinconar a Dios, pero la respuesta correcta es ponerse a trabajar, cambiarse el traje de yuppi aburguesado y ponerse el mono de currante de Dios. Lo que necesitan los jóvenes son ejemplos atrayentes, de gente que viva lo que dice, que sea normal porque es normal, que sepa querer, ayudar, servir y que muestre a ese Dios que, cuando se le conoce, sólo genera ganas de estar más y más con Él.