MANGLANO, JOSÉ PEDRO
Lo que me gustaría contar es que habitualmente todo es sencillo, todo es muy sencillo. Cuando hablamos de la vida de la gracia, de la acción del Espíritu, de la voluntad de Dios, de la santidad, del amor inmenso de Dios por cada uno, de la vocación
todas estas realidades se dan de una forma muy sencilla, hasta tal punto que, aun siendo muy reales, cualquier espectador podría negarlas sin esfuerzo.
La vida cristiana, seguir a Cristo, ser santo, la vida de Dios en mí, es algo tan sencillo como ser yo, ser persona, vivir la vida
sin más. Sencillamente vivir.
La vida de Dios en nosotros es orgánica, real, objetiva, secreta, sencilla, no añadida, no sobrepuesta. Dios actúa en nuestras almas sencillamente cuando nosotros sencillamente vivimos nuestra vida, injertados en Cristo, abiertos al don vivo del Espíritu de Dios. El hombre de fe no ve nada distinto de lo que ve el ateo, pero está abierto a una dimensión nueva. Entonces, reconoce que Dios viene de la tierra misma, que en ella habla, actúa y se manifiesta. Dios no viene ya necesariamente del cielo, sino de la tierra: está encarnado en todo lo real. Y entonces descubrimos que, siendo todo igual, todo es alucinante.