CORTINA RAMOS, ALBERT
¡NESSUN DORMA! ¡Que nadie duerma!? Estamos asistiendo al reseteo del mundo. A principios del 2020, durante el confinamiento motivado por la pandemia de la Covid-19, mientras la mayor parte de la población de nuestro planeta estaba paralizada por el miedo ante un virus invisible, las élites globalistas aceleraban sus propuestas de salvación para la humanidad basadas en la ideología transhumanista, las tecnologías exponenciales y la implantación de un Nuevo Orden Mundial. La mayor parte de la ciudadanía todavía no comprende lo que está sucediendo ante sus propios ojos. Hemos vivido en un profundo sueño del que no queríamos despertar.
Ahora el sueño se ha convertido en pesadilla. Y es que, cuando los gobiernos anuncian una nueva normalidad, intuimos que nada volverá a ser igual y que en este momento histórico nos estamos jugando nuestro presente y el futuro de las próximas generaciones. Empezamos a despertar y a entender que debemos escoger entre la libertad y la dignidad de la persona, o bien, asumir la esclavitud y obsolescencia de los seres humanos no mejorados biotecnológicamente y la deshumanización progresiva de nuestra civilización.
En este sentido, la emergencia de un nuevo ser con inteligencia artificial que puede llegar a adquirir algún nivel de autoconsciencia resulta preocupante y poco a poco vamos siendo conscientes de que con nuestra pasividad estamos dejando crecer un totalitarismo cibernético. No obstante, si despertamos y adoptamos una actitud proactiva, podemos construir la civilización del amor a la cual la humanidad está destinada. La esperanza es un mensaje universal.
El autor de este libro, desde una cosmovisión humanista avanzada y una espiritualidad cristiana, nos propone despertar a esta nueva realidad. A través de un conjunto de artículos de opinión publicados en Frontiere. Rivista di Geocultura (www.frontiere.eu) nos va ofreciendo, de forma clara y amena, algunas de las claves para que seamos protagonistas de ese gran despertar de las conciencias, que ya se está produciendo, gracias a un fuerte avivamiento de nuestra dimensión espiritual.