GROSSO GARCÍA, LOURDES
Cuando una persona es llamada a la vida consagrada, ¡con cuánto respeto acometeremos la misión de acompañarla en su camino de configuración con Cristo!
El Espíritu Santo, formador por excelencia, nos hace tomar conciencia de la fuerza de la gracia, capaz de abrir los corazones a su perdón, su bondad, su misericordia. Desde ahí, desde la conciencia de ser hijos infinitamente amados, la vida consagrada no es sino respuesta filial a ese amor infinito.
La formación quiere ser escuela de santidad en la que aprendamos a vivir conforme a esta condición de hijos, para crecer en nuestra vocación. Una formación que quiere labrar en nosotros una existencia cristiforme, para que cada vez seamos más semejantes al Hijo.