GUARDINI, ROMANO
Rezar es algo tan familiar como desconocido. La vida nos lleva a clamar a ese Dios que nos cuida cuando las cosas se tuercen. Pero, ¿eso es todo? ¿Es rezar solamente un desahogo, un gesto vacío heredado de nuestros abuelos, una actividad sin garantías de la que el millennial puede prescindir? ¿Quién anda el otro lado? Nuestro interior nos pide rezar a gritos y la oración está tan al alcance de la mano de cualquier hombre como respirar, sonreír o andar. Arrodillarnos nos cura, dinamita nuestros egos, nos enseña a disfrutar nuestra pequeñez y a recibir las cosas más grandes. La amistad con Dios transfigura y realiza lo que nuestros esforzados intentos no alcanzan. Charlar todos los días con Quién la Vida nos hace vividores con sentido, rabiosamente alegres. Rezar nos descubre que todo huele a Dios y nos invita a bailar con el Espíritu. Rezar mata las amarguras y nos vuelve disfrutones. Rezar enciende el fuego abrasador del Amor y extiende la verdadera revolución.